Un faro, un Albatros y una conversación

Después de verlo siempre apagado, y a pocos días de emprender el regreso de mis vacaciones, que lo encendieran fue una revelación. La noche se convirtió en una luciérnaga gigante.

Cabalgan sobre el horizonte

para extraer su destino de muerte

arriendan el mar

agujerean los relieves de las algas.

En un suelo de hollín

sólo quiero ser de arena y clorofila.

Pensaba en la belleza y la necesidad de los faros. 

Pensaba en la cantidad de luz que debería entrar por la ventana para aquietarme; de modo que después de verlo siempre apagado, y a pocos días de emprender el regreso de mis vacaciones, que lo encendieran fue una revelación. La noche se convirtió en una luciérnaga gigante.

El arquitecto Rodolfo Livingston decía que nosotros habitamos en el barrio, y que el barrio también habita dentro nuestro; por eso, debe planificarse muy bien: preservar la fachada de sus casas, las despensas, las antiguas paredes de ladrillo. Al recordarlo, sentí que aquellas mudas campanadas (¿o latigazos?) de luz del faro de Punta Mogotes destellaban dentro mío. 

“El Faro Punta Mogotes se encuentra ubicado sobre una barranca, al Sur de Cabo Corrientes, en la ciudad de Mar del Plata, provincia de Buenos Aires, Argentina. 

Su característica nocturna es luz blanca, 1 destello cada 19 segundos. 

La construcción fue realizada por la empresa Barbier, Bernard y Turenne, en Francia y el montaje fue encargado a la firma Torres, Sturiza y Cía., el  terreno donde fue emplazado fue una donación del señor Jacinto Peralta Ramos, fundador de la ciudad de Mar del Plata. 

Dentro de las instalaciones, se encuentra una Sala Histórica concebida por el Servicio de Hidrografía Naval como reconocimiento a la contribución brindada por este centenario faro a la comunidad marítima marplatense y a los navegantes, hay en el predio una capilla y el alojamiento para personal de la Armada Argentina quienes se encargan de mantener activo el faro. Fue inaugurado el 5 de agosto de 1891”(*Fuentehttp://www.farosdelmar.com).

Por la niebla, al día siguiente los médanos eran parches verdecenicientos, y la música marina no era la que suena en las enciclopedias. El viento no traía aroma a salvia. El viento era redes de pescadores, crustáceos y moluscos arrumbados en la orilla. 

Gracias a que las corrientes del océano traen y llevan el alimento del Albatros, pude avistar lo suficientemente cerca de la costa a una de aquellas aves de las tempestades, ya que viven sólo en islas desiertas o alrededor de los polos.

Como si entrara a un templo sagrado, me descalzo y le pido tres deseos. Le pregunto cómo hace para surfear las olas con la destreza y liviandad de un colibrí. Que siempre me guíe, le pido, como guía a los barcos.

-¿Qué hay en el mar? 

-Hay una nostalgia del origen de todas las cosas, en el mar.

Música para acompañar la lectura:

Canção do Mar, Dulce Pontes
Diario de una Naturalista

Divulgadora naturalista. Especialista en plantas medicinales. Escribe sobre naturaleza y arte. Autora de los libros de poesía Aguas negras y Alimento para la fe del cuerpo.

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